Organizar un evento empresarial implica pensar en infinidad de factores. Pero hay uno excluyente, que muchas veces suele pasarse por alto: las características propias del destinatario del evento.
Es importantísimo tener en claro cuál es nuestro público meta, ya que si no se especifica claramente el sector del mercado al que apuntamos es muy probable que el esfuerzo sea en vano.
Entonces, a la hora de presentar un producto debemos pensar a quiénes podría interesarle, y a quiénes nos gustaría que la propuesta llegue. Con estas dos cuestiones definidas, cursamos las invitaciones. Y de acuerdo a los rasgos de las personas destinatarias de las mismas, montamos el evento.
En ese sentido, hay que reflexionar sobre:
- Grupo/s social/es al/los que pertenecen los invitados
- Grupo productivo en el que desarrollan su actividad.
- Edad de los participantes.
- Sexo.
Con estos factores bien definidos, puede ofrecerse a los destinatarios, incluso desde el momento de invitarlos, actividades y atractivos de distinto tipo –sociales, políticos, económicos e incluso de entretenimiento- que agreguen valor a la presentación del producto e inciten a la participación en nuestro evento. Por ejemplo, si nuestra compañía se dedica a la venta de productos de perfumería y cosmética, y la mayor parte de los invitados son mujeres, puede anunciarse en la tarjeta la posibilidad de contar con un grupo de profesionales que ofrezcan clases de automaquillaje. Los obsequios y el catering también son elementos que suman.
Un dato clave: si a nuestro evento asistirán muchas personas mayores, hay que tener en cuenta que pueden no estar muy familiarizados con las nuevas tecnologías, por lo que la entrega única de un CD o pendrive sin el acompañamiento de material informativo en papel podría atentar contra nuestros objetivos.
Pensar en los invitados para los que montamos un evento es esencial si queremos que todo el esfuerzo y dinero destinado en su organización dé sus frutos.